N° 15 enero – junio 2025. E-ISSN: 2709 – 3689
Artículo de investigación
Dossier: Política y Gestión Ambiental
Prácticas de la basura y consumismo. ¿Un habitus?
Garbage Practices and Consumption ¿A Habitus?
Diana Blanca Cirett Galan
Centro de Investigación en Alimentos y Desarrollo, A. C. Hermosillo, México
| Cómo citar: Cirett, D. (2025). Prácticas de la basura y consumismo ¿Un habitus?. Revista Kawsaypacha: Sociedad Y Medio Ambiente, (15), D-011. https://doi.org/10.18800/kawsaypacha.202501.D011 |
Resumen: La incesante generación de residuos sólidos urbanos provocada por el incremento demográfico del último siglo y las prácticas de consumo-desecho actuales constituyen un reto municipal a nivel global por sus efectos nocivos. Sus consecuencias recaen sobre distintas dimensiones: la sanitaria, la pública, la ambiental y la social, entre otras. Se realizó una amplia investigación en Guaymas y en San Carlos, Sonora, México, de 2019 a 2022, cuyo objetivo general era entender cómo los significados y prácticas de la basura eran determinados por la identidad de género, las clases sociales, el sentido de pertenencia y la gestión pública en los espacios públicos y privados. Este artículo se centra en mostrar cómo el consumismo afecta las prácticas cotidianas de la basura de hombres y mujeres en los espacios públicos. La metodología fue cualitativa y descriptiva, utilizando el método etnográfico durante cinco meses y medio, con técnicas como la observación, la conversación casual y la entrevista semiestructurada aplicada a diez informantes y a cuatro sujetos claves relacionados con los residuos sólidos urbanos. Los hallazgos evidenciaron componentes de género, de clase social y de sentido de pertenencia relacionados con las prácticas de la basura y una diferenciación de habitus entre las dos poblaciones. Uno de ellos propicia disposiciones que contaminan los espacios públicos con desechos que son producto del consumismo habitual. Esa interacción está orientada por factores culturales, actitudinales y de gestión pública, este último causado por la falta de implementación de políticas que incidan en las personas en desarrollar prácticas más favorables con la basura.
Palabras clave: Prácticas de la basura. Socialización. Habitus. Consumismo habitual. México.
Abstract: The relentless generation of urban solid waste, driven by the population growth of the last century and current consumption-disposal practices, represents a global municipal challenge due to its harmful effects. Its consequences impact various dimensions: health, public space, the environment, and society, among others. A comprehensive study was conducted in Guaymas and San Carlos, Sonora, Mexico, from 2019 to 2022, with the general objective of understanding how the meanings and practices around waste are shaped by gender identity, social class, sense of belonging, and public management in both public and private spaces. This article focuses on how consumerism affects the everyday waste-related practices of men and women in public spaces. The methodology was qualitative and descriptive, using the ethnographic method over five and a half months, with techniques such as observation, casual conversation, and semi-structured interviews conducted with ten informants and four key subjects related to urban solid waste. The findings revealed gender, social class, and belonging-related components connected to waste practices, as well as a differentiation of habitus between the two populations. In one group, there is a tendency to dispose of waste in public spaces, driven by habitual consumerism. This interaction is shaped by cultural, attitudinal, and public management factors—the latter influenced by the lack of policies that encourage individuals to adopt more responsible waste practices.
Keywords: Waste practices. Socialization. Habitus. Habitual consumerism. Mexico.
1. Introducción
Los desechos resultantes del consumo necesario para la supervivencia humana nos han acompañado desde el inicio de las primeras civilizaciones y siempre ha sido complejo deshacernos de ellos, aunque en los principios de la humanidad se generaban básicamente restos biodegradables. La problemática «de la basura» (en adelante, DLB) está estrechamente relacionada con el aumento de la población mundial, reflejada en «la ocupación, explotación y predominio de la especie» en la mayoría de los ecosistemas y espacios del planeta, además a causa de la lógica de «producción-consumo industrial-capitalista» (Guzmán & Macías, 2011, pp. 239-240). Lo alarmante de este fenómeno es que se estima que para 2050 habrá un 12% de incremento en el crecimiento poblacional, lo que conlleva a un aumento en la economía de consumo, por lo que el manejo de los residuos sólidos urbanos (en adelante, RSU) resultará un desafío para los gobiernos municipales (Rodríguez-Guerra & Baca-Cajas, 2021). Según el informe Perspectiva Mundial de la Gestión de Residuos 2024, la proyección de aumento en la producción de RSU para 2050 será de 3 800 millones de toneladas, a diferencia de los 2100 millones de toneladas generadas en 2023 (ONU, 2024).
La Ley General para la protección y Gestión Integral de los Residuos Sólidos de México define los RSU como todos los desechos generados en las viviendas, en los establecimientos fijos y ambulantes, además de los restos tirados en la vía pública y otros espacios, como empaques, envases y/o embalajes. Sin embargo, estos no deben ser pensados como basura, por el potencial que tienen de ser resignificados y revaluados (Bernache, 2019, pp. 19-20). Es importante resaltar que el debate sobre las prácticas consumistas de la sociedad y la generación de RSU y su reciclaje ha sido a partir de un enfoque «técnico-gerencial». Lo anterior resta atención a las dimensiones social, ética y cultural, y a su política institucional; además, la falta de comprensión del fenómeno inhibe que se revierta el problema (Lima, 2015, p. 55).
Hay un hilo que une la producción de productos, su consumo y su eliminación, donde están contenidos el uso y la degradación de los recursos naturales. Por consecuencia, el gasto anual de plástico de más de 200 millones de toneladas (poco de él reciclable) torna preocupante el modelo económico actual (Gonçalves et al., 2020). El consumismo es una práctica cultural de nuestra sociedad que busca satisfacer necesidades, deseos creados en la era de «la obsolescencia incorporada», programada para preservar la continuidad de un sistema de eliminación de desechos (Bauman, 2007).
El consumismo se clasifica en: 1) habitual, que se realiza cotidianamente, como comprar bebidas y alimentos; 2) ocasional, que implica la adquisición esporádica de algo; 3) experimentación, la compra de algo que dé una nueva experiencia, como un automóvil o un teléfono celular; 4) compulsivo, influido por la ingestión de productos con potencial de generar adicciones, como el alcohol y los cigarros, así como por la publicidad y la moda (Márquez, 2021). Aquí enfatizamos el «consumismo habitual». Este se caracteriza por ser un consumo recurrente, parte de un estilo de vida individual o colectivo, por ejemplo, una familia acostumbrada a gastar de más comprando comida chatarra (Conceptos de economía, 2022).
El aumento de los RSU está vinculado al hecho de que el enfoque ha estado centrado en su manejo y no en la prevención de su generación (Galván & Rosas, 2022, p. 2372). Los antecedentes de estudios de RSU mostraron lagunas en la percepción que las personas tienen de la basura, lo que indica la necesidad de profundizar más en la temática para poder comprender cómo se estructuran sus prácticas DLB en su día a día en los espacios públicos y privados. Las prácticas no solo están modeladas por la interacción social, sino por la interpretación de las vivencias del sujeto, que es producto de una cultura e historia específicas (Rizo, 2015, pp. 21-24). El habitus social se refiere a las formas de hacer o de ser que adopta un cuerpo «socializado» en grupos, formas que son aceptadas por sus miembros por haber incorporado disposiciones durables similares, con tendencia a reproducirse como prácticas culturales (Bourdieu, 2002, p. 28).
Este estudio surgió a raíz de la crisis de la basura sucedida en 2018 en el municipio de Guaymas, Sonora, México, donde la recolección doméstica de desechos fue suspendida repetidamente por un periodo prolongado, debido al incumplimiento de pago a la empresa concesionada. En consonancia con las políticas públicas vigentes de la época, en 2006 se le otorgó por quince años a Promotora Ambiental, S. A. de C.V. (PASA) la concesión del servicio de recolección de RSU, traslado y depósito final, mismo que fue reiteradamente suspendido durante la duración del contrato. Durante ese lapso, el fallo en las negociaciones entre el ayuntamiento y la empresa privada provocaron una crisis ambiental de suciedad.
Aunque este texto proviene de una amplia investigación, aquí solo se exponen los resultados de un objetivo específico, que es percibir cómo el consumismo influye en las prácticas cotidianas de la basura. Este documento está dividido en cuatro apartados, 1) introducción, 2) metodología, 3) resultados y discusión y 4) conclusiones.
2. Metodología
2.1 Unidades de análisis: contexto y sujetos de estudio
Guaymas, además de ser una ciudad portuaria situada en el mar de Cortés, en el suroeste del estado de Sonora, México, es la cabecera del municipio del mismo nombre, y su relevancia para estudiarla es por ser un puerto de altura, por el cual se exportan e importan mercancías. Igualmente, forma parte del corredor CANAMEX, que conecta a la ciudad de México y, al suroeste, a Canadá (INEFED, 2010); se encuentra ubicada a 130 km de Hermosillo, ciudad capital. Su población consta de 156 862 habitantes, de los cuales el 49.7% son hombres y el 50.3% son mujeres (INEGI, 2020, p. 74). Bahía San Carlos es vecina inmediata de Guaymas y su importancia radica en ser uno de los enclaves vacacionales más visitados del estado, debido al ecoturismo, y por su comunidad extranjera de segunda residencia (Aldecoa et al., 2023, p. 205).
Los sujetos de estudio fueron diez residentes de tres colonias de diferente clase social (CS) de Guaymas y San Carlos —baja/Centro (CSB), media/Aurora (CSM), alta/Miramar (CSA)—, así como cuatro sujetos clave, dos hombres y dos mujeres. El criterio de selección fue ser mayor de 18 años, ser residente de alguna de esas zonas habitacionales (colonias), mínimo por diez años, y estar en pleno uso de sus facultades mentales. La cantidad de informantes ciudadanos se definió por la saturación de información; los sujetos clave fueron personas relacionadas con los RSU: el jefe de Servicios Públicos, el gerente de la empresa concesionada, la coordinadora de la Dirección de Ecología y una periodista local vinculada con el tópico de investigación del problema de la basura. La información proporcionada por ellos permitió entender mejor los porqués de las dinámicas culturales de la basura en la región.
2.2 Trabajo de campo y sistematización de datos
El diseño de estudio fue abordado bajo una metodología cualitativa con enfoque constructivista, que es interpretativo y entiende que la realidad existe con relación al modo en que las personas significan y detallan su mundo (Krause, 1995, pp. 21, 24, 25). La etnografía permite realizar una descripción densa del fenómeno, al jerarquizar aún los detalles más pequeños, estructurando así los significados (Geertz, 1973, p. 6). El método se llevó a cabo durante cinco meses y medio, de septiembre de 2020 a noviembre de 2021, usando como técnicas la observación no participante, conversación casual y entrevista semiestructurada. Esta última se aplicó a los informantes ciudadanos, a partir de un guion de preguntas desprendidas de los objetivos de estudio y sus indicadores, por medio del método deductivo; para los sujetos clave el guion se realizó con tópicos relacionados con la basura y su gestión. A fin de verificar su congruencia, ambos guiones fueron revisados y ratificados por los expertos antes de su aplicación, que fueron cinco doctores (dos de género femenino y tres del masculino), dos de ellos externos, de un centro de investigación distinto al de origen, uno de ellos especialista en RSU.
Se verificó la rigurosidad de la calidad del instrumento, además de la aplicabilidad o transferibilidad, con la credibilidad, que es cuando a través de pláticas prolongadas y la observación, el investigador obtiene información que arroja hallazgos que los informantes reconocen que se aproxima a cómo piensan y sienten (Castillo & Vázquez, 2003, p. 165, 166). Por tanto, en un contexto con condiciones similares este estudio puede ser replicado. Se llevó diario de campo durante el proceso de recopilación de datos, se registraron las notas descriptivas, las metodológicas y las analíticas, tanto del contexto en Guaymas y San Carlos, como durante la conversación casual, las entrevistas a informantes y sujetos clave. Estas fueron grabadas y posteriormente transcritas meticulosamente cuidando el sentido dado por los entrevistados y participantes con sus enunciaciones.
Una vez transcritas todas las grabaciones, la sistematización de los datos se realizó de forma tradicional, clasificándolos en una hoja de cálculo EXCEL, y solo se utilizó el software Atlas.Ti para crear una nube de palabras y después contabilizar los conceptos más repetidos. Estos fueron agrupados por ideas similares a fin de reducir la información y, desde una perspectiva EMIC/ETIC, se segregaron los datos «brutos» o de «primer orden», (lo dicho por los informantes) y luego se descompusieron para hallar unidades de significado. Lo que se hizo posteriormente, bajo la mirada del investigador, fue «inventar» conceptos, que son de segundo orden, pero que representan de cierta forma las capacidades conceptuales del comportamiento de los actores (Fuentes, 2014, p. 87).
El objetivo concerniente a este artículo arrojó un total de 554 unidades de significación, entre códigos, categorías y subcategorías, tomándose en cuenta el contexto, y se extrajeron fragmentos de los enunciados de los informantes entrevistados y de la conversación casual, los cuales representan más claramente lo que se estaba analizando. La pandemia de COVID-19 fue una limitante para este estudio, por causa del miedo de los participantes al posible contagio por parte del investigador, imposibilitando así el libre acceso a sus espacios. Además, el uso de la mascarilla dificultó la observación de las gesticulaciones y expresiones para verificar la congruencia del lenguaje corporal de las personas y su discurso.
3. Resultados y discusión
En un complejo contexto de estudio como este, se hace importante saber cómo significan las personas sus desechos en los espacios públicos y privados, por el efecto que esta percepción tiene sobre sus prácticas DLB, respecto a lo que consumen y a lo que excretan. En primer lugar, se describe lo que hombres y mujeres de Guaymas y San Carlos entienden por basura en los espacios mencionados; posteriormente, se presentan las prácticas cotidianas DLB en los espacios públicos relacionadas con el consumismo. Se ilustran los resultados con fragmentos de testimonios, tanto de los informantes, así como de las personas con las que se tuvo conversación casual.
3.1 Entender qué es la basura
En el espacio privado, ambos géneros consideran basura todo lo que pierde su uso útil, lo que ya no se quiere, se deteriora, genera malos olores y representa un potencial de proliferación de plagas. Al representar esta una contrariedad, es necesario ponerla lejos lo más pronto posible: «Cuando comienzan a oler, por ejemplo, cualquier cáscara, o muy fácil, las comidas que tienen dos o tres días, sácalas y tíralas, o se las das a los animales. Esos son desechos de basura. ¡Pero ya!» (Entrevistado_07/CA). Otro testimonio ratifica esto: «La comida que se pierde. Lo tiro todo parejo, eso es basura, luego ropa desechable, ropa que ya, ya no se usa. [Botellas de vidrio, de plástico, los Tetrapak] es basura, yo los tiro» (Entrevistada_01/CM). Las distintas clases sociales coinciden, lo que se desocupa en la cocina tiene cara de basura:
Marquetas de pollo, los empaques de carnes frías, paquetes de las tortillas, de carnes frías que ocupa uno para el desayuno, la cartera de huevos, las botellas de vidrio, todo lo desechable, las cáscaras de huevo, los empaques se van a la basura (Entrevistado_05/CB).
Los informantes manifestaron desconocer cómo hacer composta, reducir en el origen o dar un nuevo uso a los materiales de empaque, tampoco sabían qué es lo que se puede reciclar o no, o dónde hacerlo; por ende, su visión es tirar todo lo que ya no se usa, lo que ya no sirve, lo que se considera basura. Los restos de alimentos almacenados por falta de recolección encarnan un riesgo sanitario para los hombres y las mujeres de las tres clases sociales, por su fetidez y por la cría de insectos y animales rastreros que producen: «porque es basura, porque apesta, porque huele mal» (Entrevistado_07/CA).
Esa connotación despectiva de la basura resta valor a todos los desechos en el espacio privado y, por consecuencia, no pueden ser resignificados como RSU, por lo que se hace necesario contar con la información adecuada. Los residuos acumulados no solo generan malos olores y plagas, también contaminan el agua y el suelo e impactan en la biodiversidad, además de generar gases de efecto invernadero, entre otras afectaciones (Repsol, 2023). Cuando las personas son expuestas a campañas de educación ambiental, es posible dar nuevos significados a lo que se elimina en el hogar y, por tanto, se favorecen sus prácticas de la basura (Moreno & Rincón, 2009, p. 329).
En el espacio público se considera basura lo que se ve amontonado, residuos tirados, que reflejan suciedad: «Pues había basura por todas partes, todo cochino. Todo sucio, en el mercado, para el lado del centro, del mercado en el primer cuadro de la ciudad, el Guaymas viejo ese, un “cochinero” para allá» (Entrevistado_02/CM). Otro informante convino: «Y entonces pasa que, cuando vas entrando a la ciudad, ¡ves todo el cochinero! Ese es el problema número uno» (Entrevistado_07/CA). Ese tipo de expresiones coloquiales son convencionalismos sociales que dan un sentido a lo que sucede en un contexto cultural, así todos entienden lo que es basura. En los símbolos hay una concepción cultural heredada, a través de la cual las personas ven la vida y transmiten significados (Geertz, 1973, p. 89).
A lo largo del trabajo de campo se contabilizaron treinta enunciaciones de hombres con relación a la basura, lo que evidencia que este género tiene una mayor aversión a la suciedad que las mujeres, quienes solo se manifestaron al respecto en seis ocasiones. Esto hace inferir una mayor familiarización del género femenino con la basura, debido a un rol tradicional que le vincula con la limpieza y el orden, por lo que no se les imputa tanto repudio por la suciedad (Martínez, 2012, p. 100, 105). Aunque se destaca una determinación de género, al provocarles más repulsión la inmundicia a los hombres, lo anterior no implica que tengan estos una mayor participación con los desechos domésticos. Un ama de casa de Guaymas (de la tercera edad) enfatizó que las cuestiones de limpieza y de la basura no eran cosa de varones: «A mi hijo hombre no, por qué él se iba a ayudarle a su papá. A él nunca le dimos tarea de la casa. Las mujeres, las tres niñas y yo éramos las que limpiábamos». Contrario a estos hallazgos, un reciente estudio de Rayón-Viña et al. (2021), efectuado en la bahía de Vizcaya, en España, señaló una diferenciación de género entre la percepción y la concientización de la basura en las playas, pues los hombres eran más participativos para eliminar la basura, sin ser relevante la cantidad que percibieran. Esto representa no solo la existencia de patrones culturales que difieren en sus prácticas DLB, respecto a lo que es socialmente aceptado, sino que también se observa una brecha generacional, con la cual esos roles establecidos de género no son tan marcados en las nuevas generaciones.
Asimismo, los hombres de las colonias de clase media y alta manifestaron mayor desagrado ante el amontonamiento de desechos que los de clase baja, quienes apenas se pronunciaron para protestar por la suciedad presente por todos lados. En esta clase social, las mujeres no emitieron comentario alguno de desagrado, a diferencia de las de clase media y alta que se quejaron del desorden. Esto refleja, al menos parcialmente, que ver el desorden y la basura dispersa en la región se ha normalizado en un sector de la sociedad. Es un ver y no ver la basura que contamina los espacios públicos:
No lo veo yo tan sucio. No lo veo como van y dicen en otras partes: «¡Ah!, que Guaymas, un cochinero, un tiradero de agua». Es mentira, tenemos problemas, pero normal. No veo mucho problema, no es algo que, que digas: «ahí están los cerros de basura». Está aceptable (Entrevistado_05/CB).
Lo que para unos es basura, desorden, suciedad, para otros es normal, en su «mirar» no hay algo que afecte la estética de los espacios públicos urbanos, ni naturales, es así que la basura y sus significados aparecen como símbolos culturales con dependencia del habitus de clase, mismo que estructura las prácticas DLB acordes a su forma de ver el mundo.
3.2 Consumismo y prácticas de la basura en espacios públicos
Los informantes mostraron sentirse cómodos con el consumo excesivo de productos o artículos en el hogar, pero sus expresiones de molestia provenían de la «contaminación» provocada por el consumismo habitual de productos alimentarios o bebidas ingeridos en tránsito o en los espacios de entretenimiento. Una participante de Guaymas Norte opinó que, además de afear la ciudad, esto propicia inundaciones: «Sí, hay que ver, porque luego se tapan las alcantarillas, se ve mal el entorno». El consumo excesivo de productos, inducido por el sector terciario, junto con la forma que tienen las personas de tirar sus desechos, son los que provocan un impacto ambiental negativo sobre los espacios públicos (Vega, 2021, p. 9). Esos desechos, tarde o temprano, terminan en la naturaleza y perjudican los ecosistemas:
No pues, me da mucha tristeza ver cómo está todo el basurero que está aquí y vi que posteó alguien que se había muerto una tortuga a la orilla enredada con plástico y ahorita acabo de ver una manta[raya] ahí tirada, con plástico (Entrevistada_10/CA).
Los hallazgos arrojaron que en Guaymas y en San Carlos hombres y mujeres llevan a cabo dos modalidades de prácticas culturales de la basura in situ relacionadas con el consumismo, que contaminan enormemente. Es decir, las realizan al momento, en el lugar donde consumen algo: 1) prácticas DLB de fin de semana y 2) prácticas DLB de consumo en tránsito. La primera implica tirar la basura en la playa, en el lugar público de esparcimiento (malecón, parques, etcétera) o en el exterior de los espacios privados, dejando botes y botellas de cerveza justo en el espacio donde se ingieren, sin importar que generen una percepción estética negativa. Una informante de Guaymas dijo: «Por ejemplo, mi esposo, cuando… no es muy tomador, pero cuando llega a tomar tira el bote así. Yo lo regaño. Le digo: “¿pero por qué lo tiras ahí? ¡Tíralo al bote de la basura!”» (Entrevistada_03/CM). Además, un comerciante, que recogía los desechos abandonados por los visitantes en una playa de San Carlos, comentó: «Los jóvenes dejan las botellas, las frituras que traen, lo que es comida. Haz de cuenta, lo que la gente sucia deja todo, no se lleva nada, los botes y botellas». Efectivamente, la mayoría son jóvenes, indicó un participante de San Carlos: «Desgraciadamente, así somos nosotros, no respetamos. Donde quiera se nos hace muy fácil aventar la botella». Cabe destacar el aumento referido de mujeres que hacen este tipo de práctica:
Las cervezas es más el hombre, pero ahorita ya se está, ya se está igualando, igualando, porque también hay mujeres que me ha tocado, que van a la playa dos, tres mujeres y se avientan sus cervezas y dejan los botes ahí seguido (Entrevistado_05/CB).
Un estudio realizado en España arrojó una diferencia significativa en el consumo de cerveza entre los adolescentes, al beber los chicos una proporción superior que las chicas (36.9% versus 26.7%), iniciando ambos géneros en promedio a los 13.2 años (Muñoz et al., 2005, p. 72). Mientras que en esta región desértica de México existe un consumismo regional de cerveza muy extendido entre la población, justificado por el clima de altas temperaturas (aun en la temporada de frío), una práctica de consumo arraigada desde varias décadas, la cual es compartida con otras localidades del estado. Esta representa una fuente importante de contaminación ambiental, a causa de las prácticas culturales y creencias basadas en el valor del aluminio, al ser el material mejor pagado en el mercado del reciclaje, pero no existe conciencia del daño infligido al dejar sus latas tiradas, que van acompañadas de más desechos. Es una concepción compartida por una gran parte de la comunidad: «Y yo sé que lo tiró ahí porque dice que ahorita viene una persona y lo recoge. “Pues mejor ponlo en una bolsa”, pero él, así. Se le hace fácil» (Entrevistada_10/CA). El imaginario social nace de un asunto individual, pero cuando se comparte y se acepta por la sociedad se vuelve normal dentro de un grupo determinado (García, 2019).
Se afianza la idea de que «no pasa nada» si se dejan tirados los desechos porque alguien los va a recoger, expresó una participante de Guaymas: «Sí, ahí déjalo para que lo levante el de los botes». Este tipo de prácticas DLB —nacidas de una concepción simbólica, en el caso de las latas—, no distingue clase social, muchas personas piensan de manera similar, sobre todo el género masculino, el que más lo hace, como expresó un informante
de Guaymas:
En la playa, pero, por ejemplo, nosotros, antier tuvimos una fiesta, [celebramos] a mi hija, que está aquí ahorita y todos los botes los tiramos en la arena. Sí, todo el aluminio los tiramos, los de vidrio no. Para las 7:30 ya no hay ni uno. Le estás dando el favor a uno para que no rompan la basura (Entrevistado_07/CA).
La recolección de botes de cerveza RSU no es orientada por una motivación moral, sino económica, y quienes las recogen son personas de ambos géneros, predominantemente el masculino, muchos de ellos indigentes, quienes ven dinero fresco en este material. La empleada de un expendio de cerveza comentó: «Sí, siempre todo el tiempo así ha sido, de que los compran, por eso hay gente que los recoge, donde quiera anda juntando botes». También por interés monetario, los empleados o propietarios de los negocios fijos y semifijos en San Carlos recogen la basura tirada, para evitar una mala imagen del sitio a los clientes:
[…] hacemos una peinada desde acá de la playa, hasta los condominios acá y a juntar botes, papeles, basura, todo lo que hayan dejado tirado los turistas. Dejamos la playa impecable, ningún papel, ni una botella, ni nada (Vendedor de cocos SC).
Cada día se tiran en México 15 400 millones de latas de aluminio, lo que implica que anualmente se desechan 10 348.8 millones, y tomando en cuenta que el precio por kilo fluctúa entre 15 y 18 pesos mexicanos, esto entraña un atractivo negocio a corto plazo (Murillo et al., 2021). El problema es que, debido a su significado, las personas se han acostumbrado a tirarlos in situ, incluyendo toda la parafernalia que comprende contaminantes del medioambiente que ponen en riesgo la salud: «Tiran la bolsa de hielo cuando enhielan, las “destas” de la cerveza, los botes de cerveza, cositas así que tiran. Las sabritas, las bolsas de las Sabritas» (Empleado de cervecería). Estas prácticas DLB dañinas son producto de un habitus específico, contenedor de esquemas de percepción largamente interiorizados por las personas durante la socialización, en un contexto social donde previamente se han realizado ese mismo tipo de prácticas, bajo una lógica similar, que produce arrojar desechos donde sea.
Respecto a la segunda modalidad de tirar la basura in situ, las prácticas DLB de consumo en tránsito está relacionada con los residuos que más contaminación genera el consumismo habitual. Estos son los turísticos, los comerciales y los que produce el consumo de comida chatarra, en gran medida provenientes de las tiendas de conveniencia, expendios de cerveza, puestos semifijos y ambulantes. Los estudios sobre los residuos sólidos (RS) han corroborado una relación directa entre los actuales patrones consumistas de la sociedad y las condiciones desfavorables del medioambiente (Bernache, 2006, p. 77). Un empleado de playa subrayó: «O sea, botes y botellas, plásticos. Toman igual cerveza y a veces es familia que consumen cerveza, los vasitos, las sodas, las sabritas, que es lo que dejan más, las frituras». Asimismo, se produce mucha basura de comida chatarra durante el trayecto de un lado a otro: «Sí, porque llevan una bolsa de un bote de raspado, unos churros, una paleta, la chupan, de esas de hielo y dejan el palito ahí tirado» (Entrevistado_05/CB). La industria de la comida rápida impulsa el incremento vertiginoso de desechos en diversos países occidentales, a causa de un indebido descarte, lo que hace que sus envolturas sean vistas más bien como basura (Roper & Parker, 2023, pp. 2262). Las mujeres y los niños son quienes tiran frecuentemente sus desechos de consumo, restos de comida, empaques de golosina, recipientes y/o cubiertos desechables, lo que es consecuencia de la familiarización en un contexto sucio, normalizando así ese tipo de prácticas socialmente aceptadas: «Pues yo he visto más mujeres, yo» (Entrevistado_05/CB).
La producción masiva, como cultura del consumo rápido y de usar/desechar, contamina los océanos con plásticos de «un solo uso» (bolsas, botellas, tapas, trastes, desechables de unicel, etiquetas y pedazos de tipos de plástico distintos, entre otros), provocando un alto impacto económico y social (Rivas & Garelli, 2021). Esta habituación al desorden y a lo sucio se reproduce, basura significa normalidad, al haber estructuras objetivas que refuerzan una visión del mundo: «Estos niños que tiran por la ventana miran a los papás, y aparte, si ellos lo hacen, los papás no les dicen nada» (Propietaria de tienda artesanal SC). La misma gente considera que tirar la basura en cualquier lado es algo válido socialmente: «es normal, es algo cultural», expresó una participante de Guaymas después de tirar atrás del malecón los restos de su elote, con palo y servilleta, acto aceptado tácitamente por su igualmente joven pareja: «todo el mundo lo hace, asómese». Efectivamente, detrás del murete que da al mar abundaba toda clase de basura proveniente, en su mayoría, del consumismo habitual de alimentos chatarra.
Aquí vale la pena remarcar que las prácticas DLB de hombres y mujeres tienen un impacto generalmente negativo en los espacios públicos, cuando las personas han sido socializadas en un hábito de suciedad, esto a causa de su entendimiento de qué es la basura. Por consiguiente, los significados dados a lo considerado inservible, sin utilidad o que ya se le perdió el interés, se ve reflejado en el tirar sus desechos, producto del consumismo habitual, en los espacios públicos.
Se hallaron tres factores detonantes de estas prácticas: 1) el cultural, 2) el actitudinal y 3) el público. El primero es significativo, pues implica una serie de creencias preestablecidas, de patrones y disposiciones compartidas ya por varias décadas y que son aceptadas socialmente por el grupo, incluyendo ideas, costumbres, hábitos, entre otros, como tirar la basura fuera de lugar, pues repiten: «todos lo hacen». El segundo señala un «rasgo de conducta antiecológica» (RCAE) en hombres y mujeres, caracterizado por mostrar despreocupación del cuidado del medioambiente urbano y el natural, lo que revela una actitud individualista autocentrada, apática, por tanto, un sentido de pertenencia muy débil. El habitus puede entenderse no solo como una matriz de percepciones, apreciaciones y/o acciones, sino como disposiciones de clase que han sido interiorizadas (Tan & Liu, 2022). Un testimonio subraya esta indiferencia: «¿Qué te puedo decir? En primer lugar, porque no les importa, en segundo lugar, porque no hay donde depositar a la basura, los contenedores hacen falta y los camiones para que tiren la basura» (Entrevistada_09). Al respecto, el gerente de PASA justificó: «suspendimos algunos meses el servicio y de ahí se redujo la cantidad de camiones. De hecho, no hay una cantidad de camiones [especificada]». El mismo informante de Guaymas enfatiza el tercer elemento detonante de ese tipo de comportamiento, el factor público, por la carencia de infraestructura y de una adecuada distribución para evitar ese tipo de prácticas DLB nocivas:
Porque el gobierno… No tenemos la cultura de ir caminando y echarla en el bote, no la tenemos, no le puedo decir si la gente, no sé. Yo me imagino que sí, en un 80%, yo creo que, si lo hiciera, pero faltan botes, pero ahí, no le podría responder, porque nunca he visto botes.
El jefe de servicios públicos reconocía la carencia de botes de basura, pero justificaba que no hubiera más porque se los robaban, aunque señaló que:
a la gente no le importa cuántos bidones haya puestos, si están uno al lado del otro, porque la gente va a tirar la basura afuera. Es que es cultura, no hay cultura y pues no hay presupuesto para estar comprando bidones.
Asimismo, por no implementarse las políticas públicas de concientización a la población, pues ni PASA ni la Dirección de ecología hicieron campañas de educación ambiental para educar en el buen manejo de la basura. La periodista especializada en el tema de la basura señaló:
La empresa, cuando se firmó el contrato con PASA, estaba obligada a generar campañas de cultura ambiental, de concientización, [pero] no hizo una sola en quince años. El municipio se lavó las manos y dijo «este tema es de PASA, yo ya no me meto».
Por esto, una informante recalcó:
¡Porque obviamente las personas nos tenemos que concientizar, pero el gobierno tiene que hacer campañas! Más campañas, más publicidad, más letreros, más espectaculares, que lo hagan a uno tomar conciencia (Entrevistada_10/CA).
Las tres principales causas para tirar la basura in situ son: 1) la indolencia o flojera, porque les resulta más fácil deshacerse de lo que ya no necesitan de inmediato, en lugar de cargar la basura hasta su casa o a un bote para depositarla.
Porque no les importa, se les hace fácil, es parte de la rebeldía yo pienso. En el sentido de que andan en el ambiente y no se toman esa delicadeza de ir a un bote. Ellos se andan divirtiendo (Entrevistada_03/CM).
2) La inconsciencia o falta de reflexión, por no darse cuenta del daño infligido a los ecosistemas con sus prácticas DLB espontáneas, especialmente al marino. Al ser este un puerto, toda la basura dejada en las plazas, el malecón, la vía pública o en las playas inevitablemente llegará al mar, afectando a sus especies. Una participante de San Carlos expresó: «¿Por qué? Porque no tienen consciencia, porque no se les fomentó eso de niños, pero eso no es justificación, porque llegan a un punto de razonamiento y ya de
ellos depende».
3) La negligencia pública. Por no dotar de infraestructura a la ciudad para que los paseantes o transeúntes depositen sus residuos (en Guaymas, durante el trabajo de campo, solo hubo un bote de basura en el primer cuadro de la ciudad): «Yo pienso que como no ven un bote de la basura muy a la mano pues prefieren dejarlo ahí» (Entrevistada_03/CM). Un barrendero de Guaymas indicó: «[el municipio] está aferrado de no ponerlos, porque ya era tiempo de que hubiera puesto, porque se los roban». La contaminación ambiental no se debe solo a aspectos actitudinales, sino a la falta de botes de basura y campañas masivas de educación ambiental (Pelayo et al., 2011).
En San Carlos sí había un par de centenares de botes de basura donados, pero mal distribuidos, dejando grandes espacios descubiertos, especialmente en las zonas más necesarias, por ejemplo, en una playa principal de San Carlos se hallaban agrupados más de diez botes grandes de metal. Todos estaban a no más de tres metros de distancia uno del otro, en el extremo más lejano del estacionamiento, donde no había salida para los autos, propiciando así que por pereza y facilidad los visitantes dejaran todo sobre la playa, muy cerca del mar. Esta estrategia de agrupación la tenían los recolectores de PASA y los del municipio, porque así se les facilitaba más a ellos entrar con un camión y depositar los desechos recogidos de las playas, aunque la mayoría de la basura quedaba dispersa en la playa, no en los contenedores. Igualmente sucedía en el boulevard, provocando que, durante su tránsito por ahí, las personas arrojaran la basura en el suelo, en especial los trabajadores transeúntes.
Una característica de ambos tipos de prácticas DLB in situ es que son indiferenciadas por género y por edad, quien las realiza es «la gente», término utilizado para evadir la responsabilidad de decir quién fue:
Sí, la gente, por los carros en la calle, en todos lados. Por la ventanilla del camión, basura, basura. Normal, de lo que estás comiendo, de todo: hombres, mujeres, niños, de todo. No hay cultura de limpieza. Van comiendo en el carro y tirando su cochinero (Entrevistada_06/CM).
Los hallazgos indicaron una diferenciación de habitus, uno de suciedad en Guaymas y uno de limpieza en San Carlos, sitio donde desde hace tres décadas reside una comunidad de canadienses y estadounidenses, quienes importaron sus prácticas culturales de la basura. Una manera diferente «de ser y de hacer» basada en un rasgo de conducta proambiental: «Pero era de que venía el gringo todos los días con su arañita y con su recogedor y a recoger papeles, bolsas y hasta yo me iba con él a juntar la basura» (Vendedor de cocos SC). La convivencia por más de treinta años entre pobladores nacionales y extranjeros ha hecho que los mexicanos interioricen prácticas similares de preocuparse por el cuidado del medioambiente, de evitar tirar basura inadecuadamente y recoger la que tiran otros.
Según Bourdieu (2002, p. 28), al ser socializado el cuerpo de las personas o de los grupos en un espacio o campo determinado, se incorporan disposiciones durables que producirán prácticas culturales y sociales, que le son propias. Es decir, se genera un habitus, maneras específicas de hacer las cosas y que son aceptadas de forma natural a causa de esa inversión de tiempo (Bourdieu, 2002, p. 28).
Un guardia de la colonia americana-canadiense expresó: «Especialmente en Guaymas es más sucio que San Carlos», lo que denota una débil identidad territorial, falta de aprecio afectivo al lugar y un pobre sentido de pertenencia, que implica carencia de involucramiento de los ciudadanos para mejorar la comunidad: «Pero hay días que llega gente a la playa y pues dejan la basura ahí y comida, los botes tirados. Lo que pasa que [es] la misma gente que viene de afuera» (Vigilante del Club de Playa SC). Un sondeo mostró que, a diferencia de los residentes de San Carlos, los cuales sí tienen el hábito de llevarse sus restos del consumo consigo, los visitantes de Guaymas y foráneos son los que realizan esas prácticas inconscientes de la basura. Estas suceden también en Guaymas, en las calles, en la playa de Miramar y en el Malecón, donde ambos géneros creen que pagar impuestos, rentar una sombrilla playera o comprar un producto les da derecho a dejar su basura tirada. Esta práctica cultural demuestra indiferencia, falta de integración, por tanto, un escaso deseo de ser responsables con la basura, pero, asimismo refleja una constante socialización con prácticas semejantes, hasta convertirse estas en cuerpo y, por ende, en historia.
4. Conclusiones
La hipótesis planteada, de que el consumismo contemporáneo afecta las prácticas de la basura de ambos géneros, encontró apoyo en este estudio cualitativo, pero esto no implica que consumir habitualmente sea un problema, más bien es la existencia de un habitus de suciedad, sumado al hábito consumista, lo que provoca las prácticas nocivas de la basura. Un fenómeno como este existe no por sí mismo, no es algo aislado, sino que se debe a la suma de todos los factores presentes dentro de un contexto sociohistórico determinado, es un problema complejo, con distintas facetas, donde no solamente hay signos en la basura cargados de simbolismo que propician prácticas DLB no aconsejables, sino que hay actores diversos que comparten la responsabilidad del impacto que tiene el consumismo habitual en la contaminación ambiental urbana y de la naturaleza. Por un lado, son las empresas que producen productos alimenticios de consumo rápido, que contemplan envolturas, envases, embalajes y todo tipo de material para la distribución y traslado de las mercancías. Por otro lado, se encuentra el factor del sector público que no educa ambientalmente a los consumidores ni incentiva actitudes pro ambientales, al carecer de infraestructura que favorezca un cambio de comportamiento que propicie buenas prácticas DLB para que las personas dejen de familiarizarse con los escenarios de suciedad.
Es importante conocer todos los elementos que detonan este tipo de prácticas culturales, para desarrollar políticas y estrategias que ayuden a fortalecer el sentido de pertenencia y la conducta proambiental en las personas, independientemente de su género o clase social. Uniendo esfuerzos solidarios entre todos los actores será posible transformar los esquemas de percepción de los habitus individuales y colectivos que tienden a reproducir prácticas DLB dañinas en sistemas de esquemas de apreciación, percepción y acción de un habitus generador de prácticas de la basura saludables en los espacios públicos y privados.
Una nueva línea de investigación podría ser el consumismo habitual de cerveza y las prácticas de desecho de las latas de aluminio, que parecen ser un patrón cultural, a fin de incidir en un cambio en las creencias colectivas de hombres y mujeres, que invitan a contaminar los ecosistemas.
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Doctorado en Desarrollo Regional, Maestría en Ciencias Sociales, comunicóloga de origen. Sus temas de interés son conservación ambiental, Residuos sólidos urbanos. movilidad estudiantil a Perú con proyectos sobre Residuos Sólidos Urbanos. Estancia de investigación en la Universidad de Almería en España.
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Revista Kawsaypacha: Sociedad y Medio Ambiente.
N° 15 enero – junio 2025. E-ISSN: 2709 – 3689
| Cómo citar: Cirett, D. (2025). Prácticas de la basura y consumismo ¿Un habitus?. Revista Kawsaypacha: Sociedad Y Medio Ambiente, (15), D-011. https://doi.org/10.18800/kawsaypacha.202501.D011 |