Elmer Guillermo Arce Ortiz

Pontificia Universidad Católica del Perú

https://doi.org/10.18800/themis.202002.027

JAVIER NEVES: LA LUCHA PERMANENTE*

JAVIER NEVES: THE PERMANENT FIGHT

Elmer Guillermo Arce Ortiz**

Pontificia Universidad Católica del Perú

Alguna vez, impresa en una de las paredes de en un local sindical, leí una frase que me llamó la atención. Inmediatamente, le tomé una foto. Y, días después, supe que era de Bertolt Brecht: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”. Entiendo, como cuestión obvia, que la frase de Brecht no puede excluir a las mujeres. Sin embargo, también entiendo que es posible establecer una tipología de hombres y mujeres que se diferencian entre sí, a partir de la contundencia de su lucha. Esos hombres y mujeres, que, a pesar de sus limitaciones, aspiran a realizar la belleza y perfección en su vida, se vuelven imprescindibles.

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Recuerdo el instante en que caminaba con Javier por los pasillos de la Facultad de Derecho en dirección al salón de clases. Corría el año 1994 y era mi primer día como su asistente de docencia. El mismo profesor que 10 minutos antes estaba bromeando y sonriendo empezaba a ponerse serio y tenso. Llegaba a su clase puntual como un reloj. Y su manera de explicar el Derecho tenía una precisión casi matemática. Los conceptos los esquematizaba de una manera tan precisa, ordenada y clara, que era imposible no entender. Explicaba la idea general, pero con la misma profundidad explicaba las excepciones. En esa hora y media, me dijo alguna vez “vivo una tortura porque se me va el tiempo”. Obviamente, la clase estaba planificada y estudiada siempre una hora antes, pero si el tiempo le quedaba corto o sentía que no había sido claro… lo que venía era la molestia consigo mismo. Ese era Javier, cuyo apellido era PROFESOR.

Quizá muchos de sus alumnos nunca se dieron cuenta de su timidez al entrar a un salón de clase. Quizá nunca se dieron cuenta del esfuerzo que hacía por ser conciso. Quizá tampoco repararon en la cantidad de horas que se dedicaba a estudiar para dar lo mejor de sí a sus alumnos. El Maestro, el profesor reconocido, se fue construyendo tras vencer sus limitaciones cada vez que empezaba una clase. Incluso, el 2020 durante las clases virtuales por la pandemia, él mismo sentía la dificultad de dictar una clase por Zoom. Pero, al final con su esfuerzo, todo lo vencía. ¿Y se han preguntado por qué? Porque su amor por la docencia pesaba más que cualquier limitación. Esa era su virtud monumental. Siempre decía que Beethoven en su carta-testamento mencionó que “cuando creía desfallecer atormentado por su sordera, el amor a la música lo sostuvo”. Luego de varios años, llego a creer que sus limitaciones nunca lo abandonaron, pero su amor por la docencia, traducido en esfuerzo en el aula, tampoco desapareció. Eso lo volvió imprescindible.

Pero ¡cuidado!, no nos vayamos a equivocar. El “amor por la docencia” puede ser entendido de varias formas. Quizá puede haber un profesor que ama la docencia porque acrecienta su ego o su vanidad. Ese no era el caso de Javier. Él era el profesor más esforzado y el más humilde porque sabía que la docencia es una vocación de entrega, solidaridad y de generosidad. Démonos cuenta que la docencia era su pretexto para conocer jóvenes idealistas, que al igual que él, luchaban por la justicia. La docencia era un pretexto para escuchar opiniones sinceras de sus jóvenes alumnos, hasta ese momento desprovistos de intereses en la vida. En fin, no buscaba de sus estudiantes ni los reconocimientos ni las distinciones ni el dinero ni objetos brillantes, solo buscaba un abrazo, una palabra, una sonrisa, el calor humano “para vivir con un poco de ternura”. En otras palabras, amaba la docencia porque le daba fuerzas para vivir en medio de un mundo sombrío y corrupto. Javier estaba convencido de que el mejor profesor era el que enseñaba con amor y con afecto a sus estudiantes. Y su actitud, vaya que tuvo sus efectos positivos… A muchos nos hizo creer que el Derecho del Trabajo era especial, pero, pasados los años, me doy cuenta que lo especial era su forma de sentir la docencia.

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Eran como las 7 y 30 de la mañana de un día de abril de 2014. Ese día era la vista de la causa de la acción de inconstitucionalidad contra la Ley de Presupuesto en Arequipa ante el Tribunal Constitucional. Nosotros defendíamos la negociación colectiva de remuneraciones en el sector público. Javier viajó la noche anterior y yo llegué a Arequipa a eso de las 7 a.m. Recuerdo que, en principio, viajábamos juntos, pero mi hijo se enfermó esa tarde, así que tuve que viajar al día siguiente en el primer avión. Bueno, al llegar al hotel, dejé mis cosas en la habitación y fui a ver a Javier. Abrió la puerta con la sonrisa de siempre, pero noté una congestión en su nariz y algo de tos. “¿Qué te pasó, amigo?, le pregunté”. En ese momento, me contó que se había olvidado su piyama en Lima. Había dormido con frío porque la única ropa que tenía era la que iba a utilizar en la audiencia. En realidad, yo me preocupé, pero al parecer para Javier era una anécdota sin importancia. Me dijo “vamos a desayunar, Elmercillo, en un rato tenemos la audiencia”. Así fue.

Llegamos al Tribunal Constitucional y llegaron los dos abogados que defenderían al Congreso. Tanto Javier como yo, tuvimos que exponer y responder preguntas ante los magistrados. Pero la participación de Javier en la audiencia fue espectacular. De ninguna manera, ni el frío ni la tos, limitaron sus ganas de darse íntegro en la defensa de los derechos laborales. Siempre fue así, se puso del lado de los más débiles. Incluso, muchas veces, defendió causas justas de los trabajadores ante los jueces, sin recibir honorario alguno a cambio. Pero el punto de inflexión toda la vida lo puso en la justicia. Más de una vez diría que le aterraba depender económicamente del ejercicio profesional de abogado porque cuando ocurre eso es muy difícil diferenciar en qué casos el abogado defiende a su cliente por el hecho de serlo o cuando defiende la justicia. Amaba su profesión de abogado, pero le parecía muy difícil sobrevivir en el “mundo de los abogados”. A pesar de los obstáculos que la realidad quería ponerle al ejercicio de su libertad, para defender con consecuencia la justicia, Javier encontró de modo brillante una salida: depender económicamente de la docencia y vestirse de abogado cuando la causa justa lo amerite. En este caso, también se hizo imprescindible.

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Otros de los motivos para admirar a Javier como luchador es el haber padecido durante quince años de insuficiencia renal. Creo que, sin esa fortaleza espiritual y esa paz con la que vivía su vida, no hubiera resistido los embates de la enfermedad. No obstante, no solo resistió, sino que nunca le escuché ninguna queja y, al contrario, él sentía que eso era una razón más para valorar la luz de la vida.

A todos nos dejó una gran lección. Incluso, en el lugar donde recibía su diálisis tres veces a la semana, conformó un grupo de amigos. Y doy fe que, a todos ellos, como a todos nosotros, nos enseñó que, a pesar de las limitaciones, el luchador nunca se rinde. A varios de ellos, los convenció para que realicen estudios superiores. Y, aunque él nunca lo mencionó, sé de muy buena fuente que les ayudó económicamente para que puedan estudiar. Su figura fue tan inmensa, que hoy su partida deja un inmenso vacío.

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El verano de 1996 fue un verano especial para Javier. Se dedicó a escribir su “Introducción al Derecho del Trabajo”. Recuerdo que, en sus vacaciones de ese año, organizó un horario sumamente disciplinado para cumplir con su meta. Muchas veces me dijo que le costaba mucho escribir. Le generaba mucha tensión organizar los temas, buscar la frase directa y concisa. Además, era un obsesivo por la claridad. Le costaba mucho escribir un libro, porque también la disciplina le restaba libertad y tiempo para estar con sus amigos. Pero igual nos regaló a todos los laboralistas varias joyas de la literatura jurídica. Sin embargo, insisto: “Introducción al Derecho del Trabajo” fue su obra cumbre. Ese libro significa refundar la teoría general del derecho laboral en el Perú.

A pesar de que su “Introducción” robó todo su verano y su tranquilidad, nunca eludió su responsabilidad. Sabía que lo tenia que hacer. Personalmente, lo que me sigue impresionando de su libro es la claridad y simpleza con que Javier aborda temas tan complejos de la teoría del Derecho. Es un libro al que no le sobra ninguna palabra, pues todas están ubicadas en el lugar preciso como si de un rompecabezas se tratara. Y, nuevamente, lo hizo con su sello personal: le sacó fotocopias a su primer manuscrito, para luego repartirlo entre sus discípulos y asistentes. El Maestro nos pedía a nosotros, sus alumnos, que le diéramos nuestra opinión. Esa humildad y ese esfuerzo permanente han marcado vidas como la mía… y estaré agradecido eternamente a Javier, por enseñarme que a la cima se llega no con atajos y trampas, sino con brillo en la conducta y en el trabajo. Esta actitud también lo volvió imprescindible.

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El ministro de Trabajo Javier Neves y su viceministro Alfredo Villavicencio me incorporaron a su equipo de asesores. Eran las 8 de la mañana en un día de marzo del 2004 y yo llegaba temprano a trabajar al Ministerio. Recuerdo que en ese momento llegó su carro con toda su comitiva policial. Lo que más recuerdo era la bulla que armaban y que Javier detestaba. Detestaba la forma en que los policías cerraban las calles para que pase su auto. En ese momento, Javier bajó de su carro con lunas polarizadas y, al verme, me sonrió, me dio un abrazo y me invitó a subir por el ascensor que solo usaba el ministro. Sus meses al frente del Ministerio, yo diría que no fueron momentos de felicidad plena. Extrañaba mucho los jardines de la PUCP. Extrañaba la cercanía con sus alumnos que el cargo le había cambiado por formalismos vacíos, que él detestaba. Le costaba que las decisiones demoren tanto tiempo en ejecutarse.

Hizo de todo para convivir con las presiones. Siempre decía que en las primeras semanas que fue ministro, antes de dormir se tomaba un vasito de whisky para relajarse. Fueron meses en que buscaba reírse para sobrellevar la responsabilidad que tenía. Una vez fue a la Comisión de Trabajo del Congreso y ante la intervención inquisidora de un congresista tuvo una frase de antología… El congresista acusó agresivamente a Javier de contradecirse con su propio libro de “Introducción al Derecho Laboral”. A lo que Javier le respondió genialmente: “Revisa tu edición, porque estas leyendo la edición pasada”. Todo acabó en una carcajada generalizada de la Comisión y el tema quedó allí no más. O como olvidar el día que dejó de lado sus obligaciones ministeriales para ir a la PUCP a disfrutar de las olimpiadas de derecho con sus alumnos. Encima se disfrazó de inca, situación que al presidente Toledo no le gustó nada. En fin, creo que el poder ni sus aspectos exteriores nunca le importaron. Pero él sabía que en su estancia en el Ministerio iba a ayudar a muchos trabajadores. De hecho, el fortalecimiento de la inspección laboral o el restablecimiento del registro de sindicatos públicos fue posible gracias a su compromiso.

Otra vez, Javier luchaba todos los días contra el formalismo del Ministerio y contra las presiones propias del cargo, pero buscó su forma de sobrellevar el tema. Simplemente, él sabía que su lucha por la justicia y por los derechos de los trabajadores era más importante que las malas anécdotas del día a día. Otra vez, poco a poco se fue convirtiendo en imprescindible.

Quiero terminar agradeciendo a Thēmis y a los estudiantes de derecho por hacer este reconocimiento a un profesor especial como Javier Neves. A todos los jóvenes que van a leer esta semblanza de Javier, les cuento algo más. Un día Javier me regaló un libro de poemas de un poeta griego llamado Constantino Cavafis. Realmente, yo nunca lo había escuchado. Por supuesto, viniendo de Javier me leí el poemario completo. A la semana siguiente, me preguntó: ¿Qué poema te gustó más de Cavafis? Y, sin dudarlo, le respondí: “Termópilas”. Él sonrió y me dijo: “Tienes razón, es el más bello. Honor a aquellos que sabiendo que iban a morir o a perder, decidieron defender con dignidad Termópilas”. Ese era el corazón del luchador.

Lima, 25 de febrero de 2021


* El reseñado fue incorporado al Consejo Consultivo de THĒMIS-Revista de Derecho en 1989 y fue nombrado miembro honorario de la misma en 2015.

** Abogado. Doctor en Derecho por la Universidad de Cádiz. Profesor de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú (Lima, Perú). Contacto: egarce@pucp.edu.pe